@turco_rivas
Un día de 2012 las vidas de Eliécer Oquendo y Diego Cortés se unieron para juntos recorrer un camino lleno de éxitos y triunfos en una cancha de tenis. Pero hasta aquel día, cada uno de ellos tuvo que vivir un episodio que les cambió la vida para siempre. Los dos tenían planes diferentes, pero en un segundo de desgracia su destino no pudo ser el que ellos imaginaron.
Una tarde de 1975 en Malambo, Atlántico, saliendo de acompañar a su papá del club en donde trabaja, Eliécer se soltó de la mano de él y salió corriendo en busca del bus que lo iba a llevar a su casa. El conductor distraído, y sin ver que un niño corría alrededor de él, puso en marcha el motor y pasó por encima del indefenso Eliécer. Tenía cinco años cuando su cuerpo y sus piernas sufrieron quemaduras irreparables.
Cuando Héber, su padre, y las otras personas que vieron la escena pudieron alzar el bus y sacar a Eliécer, llevaron al niño a la clínica más cercana para someterlo a una operación. Sus tendones se encogieron y jamás tendrían un crecimiento acorde al de su cuerpo.
Se fracturó la columna
El 18 de septiembre de 2006 la vida de Diego Cortés, que cumplía su sueño de ser futbolista profesional y jugaba en el Deportivo Pasto, cambió para siempre. Al tirarse por sexta vez en canopy no se dio cuenta de que su arnés no estaba bien amarrado y cayó al suelo, se fracturó la columna y nunca más volvió a sentir sus piernas. Sólo al segundo en que volvió a tener conciencia, por su cabeza sólo se le pasó su hijo Juan Diego Cortés, que tenía siete años en ese entonces y era la luz de su vida.
“Lo más difícil de todo fue la recuperación. Le decía a mi mamá que yo sólo quería volver a correr para seguir jugando tenis”, recuerda Eliécer, 41 años después de su accidente. Sin embargo, el atlanticense no quedó postrado en una silla de ruedas.
A los ocho años, cuando volvió a coger una raqueta, lo hizo en el tenis convencional, modalidad en la que jugó varios torneos en el país e incluso fue octavo en el ranquin nacional de su categoría. Pero su padre asustado, porque a su hijo le volviera a pasar algo, le prohibió jugar. Fue entonces cuando a la vida de Eliécer llegó Fabio Padilla, para hablarle de una nueva modalidad que llegaba a Colombia. Oquendo se realizó los estudios que le permitieron seguir su sueño de ser tenista, pero en una modalidad en la que nunca imaginó. Su primer torneo fue en 2005 y la ganó fácilmente, al vencer a todos sus rivales por doble 6-0. De ahí en adelante Eliécer ha sido durante nueve años consecutivos el número uno de Colombia.
Para el exfutbolista, el momento de transformación fue cuando su hijo, al tercer día del accidente, entró al cuarto, le tocó las piernas y le dijo: “Tranquilo pa, vas a volver a caminar”. Fue el instante que volvió a tener fuerzas para que su vida no se derrumbara. El niño lo dijo sin derramar ni una lágrima. “Ver esa fortaleza en un niño de siete años me llenó de motivación para seguir adelante”, le dijo el ahora tenista a El Espectador.
Como todo deportista de alto rendimiento, Diego ha basado su vida en el esfuerzo y la dedicación permanente. A los 31 años llegó a la vida del exfutbolista el tenis en sillas de ruedas, disciplina que se ha convertido desde ese entonces en una de sus mayores obsesiones. “Al principio parecía jugando béisbol, pero me dediqué por completo, y ahora hago parte de la selección colombiana”.
“Para mi Eliécer es un gran amigo. Lo que más he aprendido de él es la humildad”, dice Diego sobre su compañero de batalla.
“Somos una gran pareja, dentro y fuera de la cancha. Nos divertimos mucho. Siempre estamos para ayudarnos”, dijo Eliécer a cerca de su amigo, Diego.
Ahora que ambos luchan por el mismo sueño, dejar el nombre del país en los más alto, siguen buscando apoyo para que sus metas se puedan hacer realidad. En mayo viajarán a Japón para jugar la final de la World Team Cup, y ser los primeros colombianos en ganarla sería un orgullo para ellos. Que en este momento luchan juntos para poder levantar la bandera nacional en los Juegos Paralímpicos de Río 2016.
Cortesía
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